¿Que es la oración?
La oración es una conversación con Dios, un diálogo con él. Así, sin más, una conversación con Jesús, con el Espíritu Santo, con nuestra madre la Virgen. Una conversación con nuestro Padre, para escucharlo, alabarlo, darle gracias, pedirle perdón o para pedirle aquello que anhelamos.
Hacer oración, más que un deber de todos los cristianos es la necesidad que tenemos de ser escuchados con naturalidad y toda confianza por nuestro padre celestial. Cuando elevamos una oración a Dios, a la virgen María y a su hijo, estamos abriendo el alma como lo hace un hijo a su padre, a su madre, o a su hermano.
De hecho lo dijo el Papa Francisco: “Es la oración la que mantiene la fe, sin la oración la fe se tambalea”. Seguir a Jesús es un camino duro, con terrenos pedregosos y otros llanos. En definitiva, seguir a Jesús es de valientes y para poder continuar en el camino, es indispensable la oración.
Así mismo, el primer ministro de la iglesia católica, confirmó que la clave de la oración es descansar en Dios, vivir confiando. El Pontífice nos recuerda que “si, como Jesús, confiamos todo a la voluntad del Padre, el objeto de nuestra oración pasa a un segundo plano, y se manifiesta lo verdaderamente importante: nuestra relación con Él”. Este es el efecto de la oración: transformar el deseo y modelarlo según la voluntad de Dios, aspirando sobre todo a la unión con Él, que sale al encuentro de nosotros, sus hijos.
Para el Papa Francisco, Dios y la Virgen María escuchan nuestras oraciones y nos acompañan en la vida diaria. Nunca estamos solos en la oración. Cuando rezamos, nuestro ángel de la guarda también está allí, él es quien une su oración a la nuestra y se la presenta al Señor, convirtiéndola en una poderosa arma de lucha espiritual que hará crecer en santidad.
Como ya sabemos que la oración es poderosa y puede mover montañas (Mt 21,21-22), a continuación de dejamos unas lindas oraciones para este Viernes Santo, para que solo o en familia las leas, y hagas una reflexión sobre ellas y el momento actual que vive la humanidad. De seguro harás un acto de contrición y mejoraras todos esos aspectos que están fallando en la tranquilidad de tu ser con respecto a los demás, incluyendo la relación que llevas con la naturaleza y el resto de los seres de la creación.
Oraciones de Viernes Santo
Señor Jesús, nuestra mirada está dirigida a ti, llena de vergüenza, de arrepentimiento y de esperanza.
Ante tu amor supremo, la vergüenza nos impregna por haberte dejado sufrir en soledad nuestros pecados:
La vergüenza de haber huido ante la prueba a pesar de haber dicho miles de veces “incluso si todos te abandonan, yo no te abandonaré jamás”.
La vergüenza de haber elegido a Barrabás y no a ti, el poder y no a ti, la apariencia y no a ti, el dinero y no a ti, la mundanidad y no la eternidad.
La vergüenza por haberte tentado con la boca y con el corazón cada vez que nos hemos encontrado ante una prueba, diciéndote: “si tú eres el Mesías, sálvate y creeremos”.
La vergüenza por tantas personas, incluso algunos de tus ministros, que se han dejado engañar por la ambición y por la vana gloria perdiendo su dignidad y su primer amor.
La vergüenza porque nuestras generaciones están dejando a los jóvenes un mundo fracturado por las divisiones y por las guerras; un mundo devorado por el egoísmo donde los jóvenes, los pequeños, los enfermos, los ancianos son marginados.
La vergüenza de haber perdido la vergüenza.
¡Señor Jesús, danos siempre la gracia de la santa vergüenza!
Nuestra mirada está llena también de un arrepentimiento que, delante de tu silencio elocuente, suplica tu misericordia:
Un arrepentimiento que germina ante la certeza de que sólo tú puedes salvarnos del mal, sólo tú puedes curar nuestra lepra de odio, de egoísmo, de soberbia, de codicia, de venganza, de codicia, de idolatría, sólo tú puedes abrazarnos devolviéndonos la dignidad filiar y alegrarte por nuestro regreso a casa, a la vida.
El arrepentimiento que surge de sentir nuestra pequeñez, nuestra nada, nuestra vanidad y que se deja acariciar por su dulce y poderosa invitación a la conversión.
El arrepentimiento de David que, desde el abismo de su miseria, encuentra en ti su única fuerza.
El arrepentimiento que nace de nuestra vergüenza, que nace de la certeza de que nuestro corazón permanecerá siempre inquieto hasta que no te encuentre y encuentre en ti su única fuente de plenitud y de quietud.
El arrepentimiento de Pedro que, cruzando su mirada con la tuya, llora amargamente por haberte negado delante de los hombres.
Señor Jesús, ¡danos siempre la gracia del santo arrepentimiento!
Ante tu suprema majestad se enciende, en la tenebrosidad de nuestra desesperación, la chispa de la esperanza para que sepamos que tu única medida de amarnos es la de amarnos sin medida.
La esperanza de que tu mensaje continúe a inspirar, todavía hoy, a tantas personas y pueblos a que solo el bien puede derrotar el mal y la maldad, sólo el perdón puede derrotar el rencor y la venganza, sólo el abrazo fraterno puede dispersar la hostilidad y el miedo del otro.
La esperanza de que tu sacrificio continúa, todavía hoy, a emanar el perfume del amor divino que acaricia los corazones de tantos jóvenes que continúan consagrándote sus vidas convirtiéndose en ejemplos vivos de caridad y de gratuidad en este mundo devorado por la lógica del beneficio y de la ganancia fácil.
La esperanza de que tantos misioneros y misioneras continúen hoy a desafiar la adormecida conciencia de la humanidad arriesgando sus vidas para servirte en los pobres, en los descartados, en los inmigrantes, en los invisibles, en los explotados, en los hambrientos en los encarcelados.
La esperanza de que tu Iglesia santa, y constituida por pecadores, continúe, incluso hoy, a pesar de todos los intentos de desacreditarla, a ser una luz que ilumine, anime, alivie y testimonie tu amor ilimitado por la humanidad, un modelo de altruismo, un arca de salvación y una fuente de certeza y de verdad.
La esperanza de que, de tu cruz, fruto de la codicia y de la cobardía de tantos doctores de la Ley y de los hipócritas, surja la Resurrección transformando las tinieblas de la tumba en el resplandor del alba del Domingo sin atardecer, enseñándonos que tu amor es nuestra esperanza.
Señor Jesús, ¡danos siempre la gracia de la santa esperanza!
Ayúdanos, Hijo del Hombre, a despojarnos de la arrogancia del ladrón puesto a tu izquierda, y de los miopes y de los corruptos que han visto en ti una oportunidad de explotar, un condenado al que criticar, un derrotado del que burlarse, otra ocasión para atribuir a los demás, e incluso a Dios, las propias culpas.
Te pedimos, en cambio, Hijo de Dios, que nos identifiquemos con el buen ladrón que te miró con ojos llenos de vergüenza, de arrepentimiento y de esperanza; que con ojos de fe vio en tu aparente derrota la victoria divina, y así, arrodillados delante de tu misericordia, y con honestidad, ganó el paraíso. Amén.
Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu:
A ti, Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
tú, que eres justo, ponme a salvo.
A tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás. R.
Soy la burla de todos mis enemigos,
la irrisión de mis vecinos,
el espanto de mis conocidos;
me ven por la calle, y escapan de mí.
Me han olvidado como a un muerto,
me han desechado como a un cacharro inútil.
Pero yo confío en ti, Señor, te digo: «Tú eres mi Dios.» En tu mano están mis azares; líbrame de los enemigos que me persiguen.
Haz brillar tu rostro sobre tu siervo, sálvame por tu misericordia. Sed fuertes y valientes de corazón, los que esperáis en el Señor.
Oraciones para Viernes Santo:
Amado Dios, toma mi vida y permíteme vivir serenamente este día. Abre mi mente a pensamientos positivos. Saca de mí todo mal sentir hacia los otros. Haz posible que yo pueda sentir gozo, amor, compasión, y permíteme sentirme vivo otra vez. Ayúdame a aceptar las cosas como son, a aguantar la lengua, a cumplir con mis tareas diarias, a dar libertad con amor. Llévate mis preocupaciones por el futuro. Que yo pueda darme cuenta de que en tus manos todo se me provee, que no tengo control sobre nada sino yo mismo, que el presente es precioso y pasa muy pronto. Ayúdame a recordar que el odio y el dolor dirigidos a mí son el odio y el dolor que siente la otra persona. Gracias por aceptar mi carga y por hacerla más liviana. Amén.
Brazos rígidos y yertos, por dos garfios traspasados, que aquí estáis, por mis pecados, para recibirme abiertos, para esperarme clavados.
Cuerpo llagado de amores, yo te adoro y yo te sigo, yo, Señor de los señores, quiero partir tus dolores subiendo a la cruz contigo.
Quiero en la vida seguirte y por sus caminos irte alabando y bendiciendo, y bendecirte sufriendo y muriendo bendecirte.
Que no ame la poquedad de cosas que van y vienen; que adore la austeridad des estos sentires que tienen sabores de eternidad,
que sienta una dulce herida de ansia de amor desmedida; que ame tu ciencia y tu luz; que vaya, en fin, por la vida como tú estás en la cruz; de sangre los pies cubiertos, llagadas de amor las manos, los ojos al mundo muertos y los dos brazos abiertos para todos mis hermanos. Amén.
LEER MÁS: Semana Santa 2021: Versículos de la biblia para compartir