Una de las tradiciones favoritas del día de Navidad es, después de comer toda la deliciosa comida de Mamá hasta que no podemos comer otro bocado más, sentarse alrededor del patriarca de la familia para algunos cuentos de Navidad, mientras que el hogar nos mantiene calentitos y nos imaginamos Navidades de hace mucho tiempo.
Aquí tenemos cinco cuentos cortos clásicos para que tu familia disfrute. Desde La Canción de Navidad de Charles Dickens, una de los cuentos más famosas de las temporadas de vacaciones, al humor de la carta que Mark Twain le escribió a su hija en nombre de Santa Claus– estás seguro de encontrar un cuento o dos que mantendrá la atención de su público joven.
“Canción de Navidad”
de Charles Dickens
Ebenezer Scrooge era un empresario y su único socio Marley había muerto. Scrooge era una persona mayor y sin amigos. Él viva en su mundo, nada le agradaba y menos la Navidad, decía que eran paparruchas. Tenía una rutina donde hacia lo mismo todos los días: caminar por el mismo lugar sin que nadie se parara a saludarlo.
Era víspera de Navidad, todo el mundo estaba ocupado comprando regalos y preparando la cena navideña. Scrooge estaba en su despacho como siempre con la puerta abierta viendo a su escribiente, que pasaba unas cartas en limpio, y de repente llegó su sobrino deseándole felices navidades, pero este no lo recibió de una buena manera sino al contrario, su sobrino le invito a pasar la noche de Navidad con ellos, pero él lo despreció diciendo que eso eran paparruchas. Su escribiente llamado Bob Cratchit seguía trabajando hasta tarde aunque era noche de Navidad, Scrooge le dijo un día después de Navidad tendría que llegar mas temprano de lo acostumbrado para reponer el día festivo.
Scrooge vivía en un edificio frío y lúgubre como él. Cuando ya restaba en su cuarto algo muy raro pasó: un fantasma se le apareció, no había duda de quien era ese espectro, no lo podía confundir, era su socio Jacobo Marley le dijo que estaba ahí para hacerlo recapacitar de cómo vivía porque ahora él tenía que sufrir por la vida que había tenido anteriormente. Le dijo que en las siguientes noches vendría 3 espíritus a visitarlo.
En la primera noche, el primer espíritu llegó, era el espíritu de las navidades pasadas, éste lo llevo al lugar donde él había crecido y le enseñó varios lugares y navidades pasadas, cuando él trabajaba en un una tienda de aprendiz; otra ocasión donde estaba en un cuarto muy sólo y triste y también le hace recordar a su hermana, a quien quería mucho.
A la segunda noche el esperaba al segundo espíritu. Hubo una luz muy grande que provenía del otro cuarto, Scrooge entro en él, las paredes eran verdes y había miles de platillos de comida y un gigante con una antorcha resplandeciente, era el espíritu de las navidades presentes. Ambos se transportaron al centro del pueblo donde se veía mucho movimiento: los locales abiertos y gente comprando cosas para la cena de Navidad. Después lo llevo a casa de Bob Cratchit y vio a su familia y lo felices que eran a pesar de que eran pobres y que su hijo, el pequeño Tim estaba enfermo. Finalmente lo lleva a la casa de su sobrino Fred donde vio como gozaban y disfrutaban todos de la noche de Navidad comiendo riendo y jugando. Después de esto regresó a su cuarto.
A la noche siguiente, esperaba al último espíritu, pero este era oscuro y nunca le llegó a ver la cara. Era elespíritu de las navidades futuras, quien le mostró en la calles que la gente hablaba que alguien se había muerto. Después lo llevó a un lugar donde estaban unas personas vendiendo las posesiones del señor que había muerto, y también le enseñó la casa de su empleado Bob donde pudo ver que su hijo menor había muerto y que todos estaban muy tristes. Por último, lo llevó a ver cadáver de este hombre que estaba en su cama tapado con una sabana, y al final, le descubrió quien era el señor que había muerto… Era él mismo, Ebenezer Scrooge.
Cuando el despertó se dio cuenta que todo había sido un sueño y que ese día era día de Navidad, se despertó con mucha alegría, le dijo a un muchacho que vio en la calle que fuera y comprara el pavo mas grande y que lo mandara a la casa de Bob Cratchit. Salió con sus mejores galas muy feliz porque podía cambiar y se dirigió a casa de su sobrino, al llegar lo saludó y le dijo que había ido a comer y estuvo con ellos pasándosela muy bien. Al día siguiente en la mañana le dio a su trabajador un aumento y desde entonces fue un buen hombre a quien todos querían. El hijo menor de Bob, el pequeño Tim, grita contento. ¡Y que Dios nos bendiga a todos!
“Los elfos y el zapatero”
de Hermanos Grimm
Hace mucho, mucho tiempo, vivía en un país mágico un humilde zapatero, tan pobre, que llegó un día en que sólo pudo reunir el dinero suficiente para comprar la piel necesaria para hacer un par de zapatos. – No sé qué va a ser de nosotros – decía a su mujer-, si no encuentro un buen comprador o cambia nuestra suerte. Ni siquiera podremos conseguir comida un día más.
Cortó y preparó el cuero que había comprado con la intención de terminar su trabajo al día siguiente, pues estaba ya muy cansado. Después de una noche tranquila llegó el día, y el zapatero se dispuso a comenzar su jornada laboral cuando descubrió sobre la mesa de trabajo dos preciosos zapatos terminados. Estaban cosidos con tanto esmero, con puntadas tan perfectas, que el pobre hombre no podía dar crédito a sus ojos.
Tan bonitos eran, que apenas los vio un caminante a través del escaparate, pagó más de su precio real por comprarlos. El zapatero no cabía en sí de gozo, y fue a contárselo a su mujer: – Con este dinero, podré comprar cuero suficiente para hacer dos pares. Como el día anterior, cortó los patrones y los dejó preparados para terminar el trabajo al día siguiente.
De nuevo se repitió el prodigio, y por la mañana había cuatro zapatos, cosidos y terminados, sobre su banco de trabajo. También esta vez hubo clientes dispuestos a pagar grandes sumas por un trabajo tan excelente y unos zapatos tan exquisitos. Otra noche y otra más, siempre ocurría lo mismo: todo el cuero cortado que el zapatero dejaba en su taller, aparecía convertido en precioso calzado al día siguiente.
Pasó el tiempo, la calidad de los zapatos del zapatero se hizo famosa, y nunca le faltaban clientes en su tienda, ni monedas en su caja, ni comida en su mesa. Ya se acercaba la Navidad, cuando comentó a su mujer: – ¿Qué te parece si nos escondemos esta noche para averiguar quién nos está ayudando de esta manera? A ella le pareció buena la idea y esperaron agazapados detrás de un mueble a que llegara alguien.
Daban doce campanadas en el reloj cuando dos pequeños duendes desnudos aparecieron de la nada y, trepando por las patas de la mesa, alcanzaron su superficie y se pusieron a coser. La aguja corría y el hilo volaba y en un santiamén terminaron todo el trabajo que el hombre había dejado preparado. De un salto desaparecieron y dejaron al zapatero y a su mujer estupefactos.
– ¿Te has fijado en que estos pequeños hombrecillos que vinieron estaban desnudos? Podríamos confeccionarles pequeñas ropitas para que no tengan frío. – Indicó al zapatero su mujer. Él coincidió con su mujer, dejaron colocadas las prendas sobre la mesa en lugar de los patrones de cuero, y por la noche se apostaron tras el mueble para ver cómo reaccionarían los duendes.
Dieron las doce campanadas y aparecieron los duendecillos. Al saltar sobre la mesa parecieron asombrados al ver los trajes, mas, cuando comprobaron que eran de su talla, se vistieron y cantaron: – ¿No somos ya dos mozos guapos y elegantes? ¿Porqué seguir de zapateros como antes? Y tal como habían venido, se fueron. Saltando y dando brincos, desaparecieron.
El zapatero y su mujer se sintieron complacidos al ver a los duendes felices. Y a pesar de que como habían anunciado, no volvieron más, nunca les olvidaron, puesto que jamás faltaron trabajo, comida, ni cosa alguna en la casa del zapatero remendón.
“La niña de los fósforos”
de Hans Christian Andersen
¡Qué frío hacía! Nevaba y comenzaba a oscurecer; era la última noche del año, la noche de San Silvestre. Bajo aquel frío y en aquella oscuridad, pasaba por la calle una pobre niña, descalza y con la cabeza descubierta. Verdad es que al salir de su casa llevaba zapatillas, pero, ¡de qué le sirvieron! Eran unas zapatillas que su madre había llevado últimamente, y a la pequeña le venían tan grandes que las perdió al cruzar corriendo la calle para librarse de dos coches que venían a toda velocidad. Una de las zapatillas no hubo medio de encontrarla, y la otra se la había puesto un mozalbete, que dijo que la haría servir de cuna el día que tuviese hijos.
Y así la pobrecilla andaba descalza con los desnudos piececitos completamente amoratados por el frío. En un viejo delantal llevaba un puñado de fósforos, y un paquete en una mano. En todo el santo día nadie le había comprado nada, ni le había dado un mísero centavo; volvíase a su casa hambrienta y medio helada, ¡y parecía tan abatida, la pobrecilla! Los copos de nieve caían sobre su largo cabello rubio, cuyos hermosos rizos le cubrían el cuello; pero no estaba ella para presumir.
En un ángulo que formaban dos casas -una más saliente que la otra-, se sentó en el suelo y se acurrucó hecha un ovillo. Encogía los piececitos todo lo posible, pero el frío la iba invadiendo, y, por otra parte, no se atrevía a volver a casa, pues no había vendido ni un fósforo, ni recogido un triste céntimo. Su padre le pegaría, además de que en casa hacía frío también; solo los cobijaba el tejado, y el viento entraba por todas partes, pese a la paja y los trapos con que habían procurado tapar las rendijas. Tenía las manitas casi ateridas de frío. ¡Ay, un fósforo la aliviaría seguramente! ¡Si se atreviese a sacar uno solo del manojo, frotarlo contra la pared y calentarse los dedos! Y sacó uno: «¡ritch!». ¡Cómo chispeó y cómo quemaba! Dio una llama clara, cálida, como una lucecita, cuando la resguardó con la mano; una luz maravillosa. Le pareció a la pequeñuela que estaba sentada junto a una gran estufa de hierro, con pies y campana de latón; el fuego ardía magníficamente en su interior, ¡y calentaba tan bien! La niña alargó los pies para calentárselos a su vez, pero se extinguió la llama, se esfumó la estufa, y ella se quedó sentada, con el resto de la consumida cerilla en la mano.
Encendió otra, que, al arder y proyectar su luz sobre la pared, volvió a esta transparente como si fuese de gasa, y la niña pudo ver el interior de una habitación donde estaba la mesa puesta, cubierta con un blanquísimo mantel y fina porcelana. Un pato asado humeaba deliciosamente, relleno de ciruelas y manzanas. Y lo mejor del caso fue que el pato saltó fuera de la fuente y, anadeando por el suelo con un tenedor y un cuchillo a la espalda, se dirigió hacia la pobre muchachita. Pero en aquel momento se apagó el fósforo, dejando visible tan solo la gruesa y fría pared.
Encendió la niña una tercera cerilla, y se encontró sentada debajo de un hermosísimo árbol de Navidad. Era aún más alto y más bonito que el que viera la última Nochebuena, a través de la puerta de cristales, en casa del rico comerciante. Millares de velitas ardían en las ramas verdes, y de estas colgaban pintadas estampas, semejantes a las que adornaban los escaparates. La pequeña levantó los dos bracitos… y entonces se apagó el fósforo. Todas las lucecitas se remontaron a lo alto, y ella se dio cuenta de que eran las rutilantes estrellas del cielo; una de ellas se desprendió y trazó en el firmamento una larga estela de fuego.
«Alguien se está muriendo» -pensó la niña, pues su abuela, la única persona que la había querido, pero que estaba muerta ya, le había dicho:
-Cuando una estrella cae, un alma se eleva hacia Dios.
Frotó una nueva cerilla contra la pared; se iluminó el espacio inmediato, y apareció la anciana abuelita, radiante, dulce y cariñosa.
-¡Abuelita! -exclamó la pequeña-. ¡Llévame, contigo! Sé que te irás también cuando se apague el fósforo, del mismo modo que se fueron la estufa, el asado y el árbol de Navidad.
Se apresuró a encender los fósforos que le quedaban, afanosa de no perder a su abuela; y los fósforos brillaron con luz más clara que la del pleno día. Nunca la abuelita había sido tan alta y tan hermosa; tomó a la niña en el brazo y, envueltas las dos en un gran resplandor, henchidas de gozo, emprendieron el vuelo hacia las alturas, sin que la pequeña sintiera ya frío, hambre ni miedo. Estaban en la mansión de Dios Nuestro Señor.
Pero en el ángulo de la casa, la fría madrugada descubrió a la chiquilla, rojas las mejillas y la boca sonriente… Muerta, muerta de frío en la última noche del Año Viejo. La primera mañana del Nuevo Año iluminó el pequeño cadáver sentado con sus fósforos: un paquetito queparecía consumido casi del todo. «¡Quiso calentarse!», dijo la gente. Pero nadie supo las maravillas que había visto, ni el esplendor con que, en compañía de su anciana abuelita, había subido a la gloria del Año Nuevo.
“Las Posadas”
cuento tradicional de México
Era la época del emperador romano Augusto. Este emperador, un día, decidió hacer un censo de la población, y anotar el nombre y apellido de cada uno de los habitantes. Así que toda la gente tuvo que acudir al pueblo en donde había nacido. La virgen María por entonces, estaba embarazad, y tuvo que partir junto a su marido, San José, hacia Belén, pueblo de nacimiento de ambos.
María estaba a punto de dar a luz, y llegaron a Belén una fría noche del 24 de diciembre. A su marido, San José, le preocupaba el estado de su mujer, así que llamó a la posada más rica de todo Belén.
– En nombre del cielo,- dijo al posadero- pido posada, porque ya no puede andar más mi mujer amada.
El posadero le miró de arriba a abajo y respondió:
– Aquí no es mesón, sigan adelante. Yo no puedo abrirle, no vaya a ser un buen tunante.
– No seas inhumano- insistió San José- Ten caridad. El reino de los cielos te lo premiará.
– Ya se pueden ir y dejar de molestar- contestó más enfadado el posadero- Si me enfado más, les voy a apalear.
Así que San José y la Virgen se pusieron en marcha, en busca de otro lugar en donde cobijarse. Así es como llegaron a la posada de los peregrinos. San José llamó a la puerta:
– Soy carpintero y me llamo José. Venimos rendidos desde Nazaret.
– No me importa su nombre. Lárguense de aquí. Yo lo que quiero es dormir.
Tuvieron que buscar otra posada. Esta vez llegaron hasta el albergue de los pobres. Este albergue estaba junto a un establo, en donde sólo había un buey. San José llamó a la puerta:
– Pido cobijo, mi buen amigo, por sólo una noche. Mi esposa es María, la Reina del Cielo, y madre va a ser del divino Verbo.
– ¿Eres José? ¿Tu mujer, María? Entren, peregrinos.
– Dios le pague esta caridad y le colme el cielo de felicidad.
Y como el albergue esa noche estaba llena, José y María tuvieron que conformarse con el establo. Como compañeros de morada, el buey que dormitaba allí y la mula en la que había viajado María.
“Carta de Santa Claus”
de Mark Twain
Mi querida Susie Clemens:
He recibido y leído todas las cartas que tú y tu hermana pequeña me habéis escrito de mano de tu madre y de tus niñeras; también he leído aquellas que vosotras pequeñas personitas habéis escrito con vuestras propias manos – incluso aunque no uséis los caracteres que aparecen en los alfabetos de los adultos, usáis los caracteres que todos los niños en todas partes del mundo y en las estrellas brillantes usan, y como todos mis súbditos en la Luna son niños y no usan caracteres sino eso, entenderás rápidamente lo fácil que es para mí leer tus fantásticas marcas y las de tu hermana sin problema.
Pero he tenido problemas con aquellas que le dictabais a tu madre y niñeras, porque soy extranjero y no puedo leer el inglés escrito muy bien. Verás que no he cometido errores en las cosas que tú y tu hermana pequeña pedíais en vuestras propias cartas – he bajado por vuestra chimenea a medianoche cuando estabais dormidas y las he entregado yo mismo – y os he dado un beso a cada una, también, porque sois buenas niñas, bien educadas, con buenos modales y las más obedientes pequeñas que he visto jamás. Pero en la cartas que dictaste había algunas palabras que no pude entender con certeza y uno o dos pedidos no los he podido cumplir por falta de stock. Nuestro último lote de muebles de cocina para muñecas se acaba justo de ir para una niña pequeña muy pobre en la Estrella Polar, en el frío país más allá de la Osa Mayor.
Tu mamá te puede enseñar qué estrella es y podrás decirle: “Pequeño Copo de Nieve (ese el nombre de la niña), estoy encantada con que tengas esos muebles, porque lo necesitas más que yo”. Eso es, debes escribir eso, de tu puño y letra, y Pequeño Copo de Nieve te escribirá una respuesta. Si solo se lo dices no podrá oírte. Haz tu letra clara y pequeña, porque la distancia es grande y el franqueo muy caro.
Había una palabra o dos en la carta de tu mamá que no pude entender. Pasó con “un camión lleno de ropa de muñecas”. ¿Qué es eso? Llamé a la puerta de tu cocina hoy a las nueve en punto de la mañana para preguntar. Pero no vi a nadie y no podía hablar con nadie sino era contigo. Cuando suena el timbre de la cocina, George debe ser cegado y enviado a abrir la puerta. Luego debe volver al comedor o al armario de la vajilla y llevarse a la cocinera con él. Debes decirle a George que debe andar de puntillas y no hablar, sino morirá algún día. Entonces tienes que ir a la habitación de los niños y quedarte en la silla de la cama de la niñera y poner tu oído en el tubo para hablar que lleva a la cocina y cuando te silbe por ahí debes hablar por el tubo y decir “¡bienvenido, Santa Claus!”. Entonces te preguntaré si es o no un camión lo que pediste. Si me dices que sí, te preguntaré de qué color quieres que sea el camión. Tu mamá te ayudará a escoger un bonito color y luego me dirás todas las cosas en detalle que quieres que tenga tu camión.
Luego cuando te diga “adiós y Feliz Navidad a mi pequeña Susie Clemens”, tú dirás “adiós, buen viejo Santa Claus, te lo agradeceré mucho y por favor di a esa Pequeño Copo de Nieve que la visitaré en su estrella esta noche y que debe mirar hacia aquí abajo. Estaré justo en la ventana de la bahía este y cada noche despejada miraré a su estrella y diré ‘conozco a alguien ahí arriba y me gusta ella, también”. Después tienes que ir a la biblioteca y hacer que George cierre todas las puertas que dan al recibidor principal y todo el mundo tiene que guardar silencio durante un poco de tiempo. Iré a la luna y cogeré esas cosas y volveré por la chimenea del recibidor – si es que quieres un camión – porque no podría meter una cosa como un camión por la chimenea de la habitación de los niños, sabes. La gente podrá hablar si quiere, hasta que oigan mis pisadas en el recibidor. Entonces diles que se callen un poco hasta que vuelva a la chimenea. Quizás no oigas mis pisadas en absoluto – así que puedes ir de vez en cuando y espiar desde las puertas del comedor, y poco a poco irás viendo que hay una cosa que quieres, justo debajo del piano en la salita – porque ahí lo pondré. Si dejo alguna nieve en el recibidor, tendrás que decirle a George que la barra hacia la chimenea, porque yo no tengo tiempo para hacer esas cosas. George no debe usar una escoba, sino un trapo – sino morirá algún día. Debes vigilar a George y no dejar que corra ningún peligro. Si mi bota deja una huella en el mármol, George no debe rascarla hasta que desaparezca. Dejadla ahí siempre en recuerdo de mi visita, y siempre que la mires o se la enseñes a cualquiera debes recordar que tienes que ser una niña Buena. Siempre que seas traviesa y alguien te muestre la marca que la bota de tu viejo buen Santa Claus dejó en el mármol, ¿qué les dirás, pequeño encanto?
Adiós por unos pocos minutos, hasta que vuelva a bajar al mundo y llame a la puerta de la cocina.
Tu querido, Santa Claus”